martes, 12 de agosto de 2014

Paradise

Al oeste de Londres, más concretamente en una de las calles del lujoso barrio de Mayfair, había un edificio que por fuera parecía elegante, típico de una familia aristócrata, pero donde muy pocas personas se atrevían a entrar. Los que hablaban de ese lugar, decían que el mismísimo demonio vivía ahí. Otros ni siquiera se atrevían a mencionarlo. Pero a Mary, su dueña, le gustaba llamarlo "La casa del placer".

Con veintidós años llegó a Londres con su hermano Michael.  Él se casó con una londinense y ella decidió abrir su propio negocio. Michael, al enterarse de sus intenciones, se alejó todo lo que pudo de ella. Estaban a mediados del siglo XIX y la prostitución no estaba muy bien vista. Trabajando duro consiguió ahorrar lo suficiente para alquilar una casa en Mayfair, uno de los barrios más bonitos de Londres, según Mary.

Dos años después de la apertura de "Paradise", Mary había conseguido comprar la casa, gracias a los veinte o treinta clientes que iban por día. Sus chicas eran de todos los rincones del mundo. Había una en especial, una francesa que se llamaba Angelique que era querida por todos. Mary siempre estaba pendiente de ella. Incluso a veces dejaba que saliese a pasear sola, sin acompañarla. Para Mary, Angelique era muy importante, ya que gracias a ella, conseguía atraer a hombres con mucho dinero y muchas ganas de gastarlo. Angelique rompió muchos corazones en los nueve años que estuvo en la casa; tan solo se dejó amar por un hombre. Él era Daniel, el sobrino de Mary.

Cuando Daniel entró en la casa, todavía era un crío. Su madre suplicó a Mary que se lo quedara porque no tenía dinero ni para comer. Michael, el hermano de Mary, les había abandonado y ahora no les quedaba nada. Y, aunque la madre de Daniel odiaba ese lupanar, no tuvo más remedio que hacerlo. Mary aceptó sin pedir nada a cambio. Vio algo en Daniel que prometía. Tan solo tenía trece años, pero su expresión era de una persona adulta. Miraba el interior de la casa sin temer lo que pudiera pasarle, no como el resto de personas. Sin duda, Daniel sería muy útil para Mary. Se despidió de su madre, con una voz fría, sin cariño, y subió las escaleras sin querer mirarla una última vez.

Durante los primeros días, Mary le explicó a Daniel todo lo que ocurría en esa casa. Le presentó a las chicas y le dijo que a partir de ese momento, ayudaría a cualquier chica con lo que necesitase.

- Si te piden que laves su ropa, lo haces - dijo Mary mientras fumaba, sentada en su despacho.
- Sí, señora - Daniel estaba recto en su silla y escuchaba a su tía con mucha atención.
- Si están enfermas, les llevas medicamentos - Daniel asintió. - Y si se aburren, tú te encargas de que se diviertan.
- Sí, señora.

Daniel pensaba que era una tarea sencilla, ya que su anterior vida había sido mucho más complicada. No le gustaba servir a nadie, pero ese sitio tenía algo que le atraía demasiado. Quería vivir en esa casa, aunque no volviese a ver la luz del sol.




Los primeros meses fueron difíciles. Daniel trabajaba duro, aunque la recompensa era deliciosa. Podía ver a las chicas desnudas, jugar con ellas, lavarlas, acariciarlas cuando se lo pedían. Le contaban las fantasías que pedían sus clientes y cómo lo querían, y él, poco a poco, iba aprendiendo. Para Daniel, aquel lugar era su hogar. No tenía a su madre, ni amigos, pero él sentía que pertenecía a "Paradise". Mary le trataba bien. Él hacía sus tareas y ella le premiaba con abundantes platos de comida. Las chicas le cuidaban y le querían como a un hermano. Pero lo mejor estaba por venir.

Al cumplir dieciséis, su vida cambió por completo. Dejó de ser un sirviente para empezar a dar placer, como el resto de las chicas. La política de la casa decía que no podían entrar chicas nuevas menores de dieciséis años, por ese motivo, Daniel tuvo que esperar tanto tiempo. Una noche, condujo a Daniel a uno de los cuartos donde solían meter a los clientes. Le sentó en la cama y le dijo que tenía una sorpresa para él.

- Quítate la ropa, Daniel y espera - él asintió deseoso de saber cuál era su sorpresa.

Una vez desnudo, se sentó en la cama y observó cómo se abría la puerta.

- Hola, Daniel - Angelique entró con su corsé y unas medias. - Feliz cumpleaños.

Mary salió del cuarto y dejó que Angelique estrenara a Daniel. Angelique se acercó a la cama y dejó que él acariciara su cuerpo.

- Sé que me deseas - dijo Angelique mientras posaba sus labios sobre los de Daniel. - Mary me lo ha dicho.
- Sí. Te deseo - a Daniel no le tembló la voz en ningún momento.
- Esta noche soy toda tuya - comenzó a desvestirse lentamente, moviendo su cuerpo en una especie de baile sensual.



Cuando Daniel abrió los ojos vio que todavía era de noche. Angelique dormía plácidamente a su lado. Daniel no podía parar de pensar en lo bella que era. Una fina sábana cubría su cuerpo desnudo y su larga cabellera cubría parte de su cara, pero aún así, estaba hermosa. Daniel depositó un suave beso en sus labios y se fue a su cuarto.

A la mañana siguiente, Daniel desayunó con el resto de las chicas. Ya era uno más. No más trabajos de criado. Daniel se había convertido en un chico del placer, por lo que sería tratado como tal. Mary le daría dinero para que se comprara perfumes, jabones y todo lo necesario para estar apetecible ante los clientes. Se bañaría junto a las demás y dormiría con ellas. Para Daniel, eso significaba estar más cerca de Angelique. Estaba enamorado de la dulce Angelique. Mary y las chicas pensaban que era solo deseo. Su cabello largo y rizado, sus suaves curvas y su angelical risa atrapaban a cualquier hombre, y Daniel no iba a ser menos. Pero él no solo la deseaba. Él quería estar con ella, besarla y hacerla reír. Incluso quería casarse con ella y, en algún futuro, salir de la casa y vivir juntos, ellos dos solos. Pero no podía confesárselo. Había que respetar las normas, y sabía que Mary no les dejaría estar juntos.

La primera mujer que pidió los servicios de Daniel era de la aristocracia. Una mujer con mucho poder y mucho atractivo físico. Nunca antes había hecho algo parecido, pero fue ver a Daniel y necesitar estar con él. Pagó mucho dinero por pasar toda la noche con Daniel. Sexo salvaje, azotes, mordiscos, piel desgarrada. Daniel conocía todo sobre el sexo. Sabía cómo satisfacer a una mujer y cómo hacer que gritara durante horas. A partir de esa noche, Daniel se convirtió en el hombre más deseado de todo Londres. Aquella mujer hizo correr el rumor de que en "Paradise" había un joven con unas habilidades espectaculares, el mejor amante que una mujer pudiera desear.




Tres años después, Daniel era conocido en todo el sur de la isla. Incluso llegó a tener clientes de otros países. Mujeres, hombres, daba igual el sexo. Todos querían estar con él. Jueces, médicos, abogados o incluso de la realeza. Y todos repetían. Para Mary eso eran beneficios. Más regalos para las chicas y Daniel, comida en abundancia, vestidos traídos desde Italia, zapatos franceses y los mejores médicos del país. Nada les faltaba. Si necesitaban algo, Mary se lo compraba. Pero para Daniel eso no era suficiente. Lo tenía todo, pero no lo que más amaba: Angelique. Ella coqueteaba con sus clientes, incluso a veces lo hacía con Daniel, pero era solo eso. Angelique no estaba enamorada. Pero Daniel no pararía hasta tenerla. Sabía que no debía hacerlo, pero el amor que sentía por ella era más fuerte que su lealtad hacia Mary.

Una noche, mientras todos dormían, Daniel se levantó y salió a la terraza. No podía dormir. En sus sueños veía a Angelique tocando el piano con sus delicadas manos. Siempre se repetía el mismo sueño y eso atormentaba al pobre Daniel. Una vez en la terraza, se apoyó en la baranda y observó el oscuro cielo londinense. Le gustaba su vida. "Paradise", Mary, las chicas. Era su hogar, pero notaba que le faltaba algo. Necesitaba conocer el amor. Sentirse amado por una mujer. Pasear agarrados de la mano por las calles de su ciudad, sentarse en un banco y observar el atardecer, besarse a todas horas.

- ¿No puedes dormir? - Daniel se dio la vuelta y vio a Angelique medio desnuda, apoyada en la puerta. Daniel negó y ella sonrió. - Yo tampoco.

Angelique se acercó y también se apoyó en la baranda. Cerró los ojos y abrió los brazos, dejando que la bata se abriera y que el frío de la noche se colase por ella. Daniel no podía parar de mirarla. Conocía su cuerpo casi mejor que el suyo propio. Sabía que en el muslo derecho tenía una mancha en forma de media luna y que no había un solo rincón donde no hubiese pecas. Al igual que Daniel, Angelique estaba cubierta por esos diminutos puntos. Y aunque ella las odiase, Daniel pensaba que la hacían muy hermosa.

- Me gustaría poder volar - dijo Angelique. Abrió los ojos y miró a Danny. - ¿A ti no?
- ¿Para qué?
- Para salir de aquí - Daniel no la entendía. - Viajar por todo el mundo. Francia, España, Alemania... ¡Italia!
- ¿Quieres ir a Italia? - ella asintió con una gran sonrisa. - Entonces yo te llevaré allí.
- ¿Cómo? - preguntó ella riendo. - No podemos salir de aquí.
- Volando - dijo Daniel con una sonrisa partida.

Abrió los brazos como había hecho Angelique e imitó a un pájaro. Brincaba y corría por toda la terraza. Angelique no podía parar de reír. De repente, Daniel se paró delante de ella y le mostró su espalda.

- ¿Me permite llevarla a Italia? - Angelique asintió y se subió a su espalda. - ¡Allá vamos!

Estuvieron horas corriendo y saltando por la terraza. Daniel iba narrando los lugares que iban visitando y ella gritaba y reía mientras se agarraba fuerte a su espalda. Cuando empezó a amanecer, se sentaron apoyándose en la pared de la casa.

- Es precioso - dijo Angelique sin dejar de mirar el amanecer.
- No tanto como tú - se le escapó a Daniel, pero no se arrepintió.
- ¿Te parezco bonita? - Daniel asintió y ella se acercó para darle un beso.
- Eres la chica más hermosa de Londres - Angelique sonrió y le dio otro beso.
- ¿Solo de Londres? - los dos sonrieron a la vez.
- De todo el mundo - a Angelique le brillaban los ojos. Parecía estar a punto de llorar.- ¿Qué ocurre?
- Mary no va a permitir esto - dijo señalando a ambos.
- Te amo, Angelique - dijo mientras le cogía una mano. - Te amo desde el día que entré aquí.
- Pero Mary... - Daniel no la dejó continuar.
- Mary no lo sabrá - dijo Daniel con una sonrisa llena de esperanza. - Dime que me amas.
- Te amo, Daniel - respondió Angelique.
- Dime que un día te vendrás conmigo a Italia y viviremos tú y yo, solos. Sin Mary ni nadie.
- Lo haré - se volvieron a besar. Una y otra vez hasta que Angelique bostezó. - Deberíamos dormir un poco antes de que el resto se despierte.

Se levantaron y antes de volver a entrar en la casa, se dieron un último beso. Se tumbaron en sus camas y durmieron hasta que Mary les llamó para el desayuno.




Angelique y Daniel continuaron viéndose a escondidas hasta que ella cumplió veinticinco y él veintidós. Muy pocas chicas conocían su secreto. Mary se había convertido en una vieja que casi no veía, por lo que no se enteraba de lo que pasaba a su alrededor.  Daniel había empezado a quitarle dinero a su tía para poder irse de aquella casa con Angelique. Pero no era tan fácil. Mary era muy lista, por lo que contrató a un ayudante que vigilaba a las chicas. Desde que perdió parte de su visión, se había vuelto más intolerante y cruel. Cada vez que un cliente salía insatisfecho o una de las chicas hacía algo que le disgustaba, mandaba a su ayudante y, durante horas, las pegaba y humillaba. "Paradise" se había convertido en un infierno. Apenas iban clientes. Ni siquiera querían a Daniel. Al estar enamorado de Angelique, había descuidado sus servicios. Estaba más pendiente de ella que de satisfacer a las personas que pagaban para verle. Y eso enfadaba a Mary. Intuía que algo no iba bien, así que tapó las ventanas y  por las noches, encerraba a las chicas; nadie podía salir de la casa.

Un día, mientras Angelique estaba con uno de sus clientes, Daniel entró corriendo y le dijo que tenían que irse. Mary había descubierto lo suyo y corrían peligro. Tenían que huir. Subieron a su cuarto y recogieron sus cosas. Daniel sacó de su escondrijo el dinero que le había robado a Mary y, mientras apremiaba a Angelique para que se diese prisa, alguien tiró abajo la puerta.

- ¡¿A dónde creéis que vais?! - Mary y su ayudante habían entrado en el cuarto y se acercaban amenazantes a ellos.
- Mary, por favor - suplicó Angelique.
- Os he cuidado como a dos hijos. ¿Así me lo agradecéis? - agitaba las manos y daba golpes a todo lo que se le ponía delante.

Muchas de las chicas se asomaron al cuarto para ver qué pasaba, pero ninguna se atrevía a decir nada. Mary seguía gritando y maldiciendo a los enamorados. Angelique estaba muerta de miedo y Daniel no sabía qué hacer. Poco a poco fueron retrocediendo hasta que dieron con la puerta de la terraza. Salieron y miraron por todas partes, pero no había más puertas ni ventanas por donde pudieran escapar.

- Juro que me las vais a pagar - Mary cada vez estaba más cerca.

Los cuerpos de los jóvenes toparon con la barandilla. Se miraron y después miraron hacia la calle. De repente, Angelique soltó las cosas y sin que nadie se lo esperase, se subió a la barandilla, apoyándose en una de las columnas. Daniel la miró horrorizado, pero no tardó en imitarla. Sabían que si bajaban de allí, recibirían golpes hasta, muy posiblemente, la muerte. Y ninguno de los dos quería ese final.

- Vuela, Angelique - susurró Daniel mientras se daba la vuelta mirando hacia la calle. - Pronto estaremos en Italia.
- Te amo, Daniel - Angelique miró una última vez a su amado y después cerró los ojos.

Se agarraron de la mano y, justo antes de que Mary pudiera cogerles, saltaron. Todas las chicas salieron a la terraza y se asomaron para ver si habían conseguido sobrevivir a la caída. Ninguno de los dos se movió.




Unos días después, la policía cerró la casa y todos los que pudieron, volvieron a sus hogares. Mary acabó en una residencia, donde finalmente murió. Las chicas que conocían el secreto de Daniel y Angelique, dicen que por fin pueden pasear tranquilamente cogidos de la mano por las calles de alguna ciudad italiana. Otros dicen que si te asomas a lo que antes fue "Paradise", puedes ver sus fantasmas. Pero lo que sí es cierto, es que por fin están juntos. Por fin pueden amarse sin tener que esconderse, en su propio paraíso.

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