Al
oeste de Londres, más concretamente en una de las calles del lujoso
barrio de Mayfair, había un edificio que por fuera parecía
elegante, típico de una familia aristócrata, pero donde muy pocas
personas se atrevían a entrar. Los que hablaban de ese lugar, decían
que el mismísimo demonio vivía ahí. Otros ni siquiera se atrevían
a mencionarlo. Pero a Mary, su dueña, le gustaba llamarlo "La
casa del placer".
Con
veintidós años llegó a Londres con su hermano Michael. Él
se casó con una londinense y ella decidió abrir su propio negocio.
Michael, al enterarse de sus intenciones, se alejó todo lo que pudo
de ella. Estaban a mediados del siglo XIX y la prostitución no
estaba muy bien vista. Trabajando duro consiguió ahorrar lo
suficiente para alquilar una casa en Mayfair, uno de los barrios más
bonitos de Londres, según Mary.
Dos
años después de la apertura de "Paradise", Mary había
conseguido comprar la casa, gracias a los veinte o treinta clientes
que iban por día. Sus chicas eran de todos los rincones del mundo.
Había una en especial, una francesa que se llamaba Angelique que era
querida por todos. Mary siempre estaba pendiente de ella. Incluso a
veces dejaba que saliese a pasear sola, sin acompañarla. Para Mary,
Angelique era muy importante, ya que gracias a ella, conseguía
atraer a hombres con mucho dinero y muchas ganas de gastarlo.
Angelique rompió muchos corazones en los nueve años que estuvo en
la casa; tan solo se dejó amar por un hombre. Él era Daniel, el
sobrino de Mary.
Cuando
Daniel entró en la casa, todavía era un crío. Su madre suplicó a
Mary que se lo quedara porque no tenía dinero ni para comer.
Michael, el hermano de Mary, les había abandonado y ahora no les
quedaba nada. Y, aunque la madre de Daniel odiaba ese lupanar, no
tuvo más remedio que hacerlo. Mary aceptó sin pedir nada a cambio.
Vio algo en Daniel que prometía. Tan solo tenía trece años, pero
su expresión era de una persona adulta. Miraba el interior de la
casa sin temer lo que pudiera pasarle, no como el resto de personas.
Sin duda, Daniel sería muy útil para Mary. Se despidió de su
madre, con una voz fría, sin cariño, y subió las escaleras sin
querer mirarla una última vez.
Durante
los primeros días, Mary le explicó a Daniel todo lo que ocurría en
esa casa. Le presentó a las chicas y le dijo que a partir de ese
momento, ayudaría a cualquier chica con lo que necesitase.
-
Si te piden que laves su ropa, lo haces - dijo Mary mientras fumaba,
sentada en su despacho.
-
Sí, señora - Daniel estaba recto en su silla y escuchaba a su tía
con mucha atención.
-
Si están enfermas, les llevas medicamentos - Daniel asintió. - Y si
se aburren, tú te encargas de que se diviertan.
-
Sí, señora.
Daniel
pensaba que era una tarea sencilla, ya que su anterior vida había
sido mucho más complicada. No le gustaba servir a nadie, pero ese
sitio tenía algo que le atraía demasiado. Quería vivir en esa
casa, aunque no volviese a ver la luz del sol.
Los
primeros meses fueron difíciles. Daniel trabajaba duro, aunque la
recompensa era deliciosa. Podía ver a las chicas desnudas, jugar con
ellas, lavarlas, acariciarlas cuando se lo pedían. Le contaban las
fantasías que pedían sus clientes y cómo lo querían, y él, poco
a poco, iba aprendiendo. Para Daniel, aquel lugar era su hogar. No
tenía a su madre, ni amigos, pero él sentía que pertenecía a
"Paradise". Mary le trataba bien. Él hacía sus tareas y
ella le premiaba con abundantes platos de comida. Las chicas le
cuidaban y le querían como a un hermano. Pero lo mejor estaba por
venir.
Al
cumplir dieciséis, su vida cambió por completo. Dejó de ser un
sirviente para empezar a dar placer, como el resto de las chicas. La
política de la casa decía que no podían entrar chicas nuevas
menores de dieciséis años, por ese motivo, Daniel tuvo que esperar
tanto tiempo. Una noche, condujo a Daniel a uno de los cuartos donde
solían meter a los clientes. Le sentó en la cama y le dijo que
tenía una sorpresa para él.
-
Quítate la ropa, Daniel y espera - él asintió deseoso de saber
cuál era su sorpresa.
Una
vez desnudo, se sentó en la cama y observó cómo se abría la
puerta.
-
Hola, Daniel - Angelique entró con su corsé y unas medias. - Feliz
cumpleaños.
Mary
salió del cuarto y dejó que Angelique estrenara a Daniel. Angelique
se acercó a la cama y dejó que él acariciara su cuerpo.
-
Sé que me deseas - dijo Angelique mientras posaba sus labios sobre
los de Daniel. - Mary me lo ha dicho.
-
Sí. Te deseo - a Daniel no le tembló la voz en ningún momento.
-
Esta noche soy toda tuya - comenzó a desvestirse lentamente,
moviendo su cuerpo en una especie de baile sensual.
Cuando
Daniel abrió los ojos vio que todavía era de noche. Angelique
dormía plácidamente a su lado. Daniel no podía parar de pensar en
lo bella que era. Una fina sábana cubría su cuerpo desnudo y su
larga cabellera cubría parte de su cara, pero aún así, estaba
hermosa. Daniel depositó un suave beso en sus labios y se fue a su
cuarto.
A
la mañana siguiente, Daniel desayunó con el resto de las chicas. Ya
era uno más. No más trabajos de criado. Daniel se había convertido
en un chico del placer, por lo que sería tratado como tal. Mary le
daría dinero para que se comprara perfumes, jabones y todo lo
necesario para estar apetecible ante los clientes. Se bañaría junto
a las demás y dormiría con ellas. Para Daniel, eso significaba
estar más cerca de Angelique. Estaba enamorado de la dulce
Angelique. Mary y las chicas pensaban que era solo deseo. Su cabello
largo y rizado, sus suaves curvas y su angelical risa atrapaban a
cualquier hombre, y Daniel no iba a ser menos. Pero él no solo la
deseaba. Él quería estar con ella, besarla y hacerla reír. Incluso
quería casarse con ella y, en algún futuro, salir de la casa y
vivir juntos, ellos dos solos. Pero no podía confesárselo. Había
que respetar las normas, y sabía que Mary no les dejaría estar
juntos.
La
primera mujer que pidió los servicios de Daniel era de la
aristocracia. Una mujer con mucho poder y mucho atractivo físico.
Nunca antes había hecho algo parecido, pero fue ver a Daniel y
necesitar estar con él. Pagó mucho dinero por pasar toda la noche
con Daniel. Sexo salvaje, azotes, mordiscos, piel desgarrada. Daniel
conocía todo sobre el sexo. Sabía cómo satisfacer a una mujer y
cómo hacer que gritara durante horas. A partir de esa noche, Daniel
se convirtió en el hombre más deseado de todo Londres. Aquella
mujer hizo correr el rumor de que en "Paradise" había un
joven con unas habilidades espectaculares, el mejor amante que una
mujer pudiera desear.
Tres
años después, Daniel era conocido en todo el sur de la isla.
Incluso llegó a tener clientes de otros países. Mujeres, hombres,
daba igual el sexo. Todos querían estar con él. Jueces, médicos,
abogados o incluso de la realeza. Y todos repetían. Para Mary eso
eran beneficios. Más regalos para las chicas y Daniel, comida en
abundancia, vestidos traídos desde Italia, zapatos franceses y los
mejores médicos del país. Nada les faltaba. Si necesitaban algo,
Mary se lo compraba. Pero para Daniel eso no era suficiente. Lo tenía
todo, pero no lo que más amaba: Angelique. Ella coqueteaba con sus
clientes, incluso a veces lo hacía con Daniel, pero era solo eso.
Angelique no estaba enamorada. Pero Daniel no pararía hasta tenerla.
Sabía que no debía hacerlo, pero el amor que sentía por ella era
más fuerte que su lealtad hacia Mary.
Una
noche, mientras todos dormían, Daniel se levantó y salió a la
terraza. No podía dormir. En sus sueños veía a Angelique tocando
el piano con sus delicadas manos. Siempre se repetía el mismo sueño
y eso atormentaba al pobre Daniel. Una vez en la terraza, se apoyó
en la baranda y observó el oscuro cielo londinense. Le gustaba su
vida. "Paradise", Mary, las chicas. Era su hogar, pero
notaba que le faltaba algo. Necesitaba conocer el amor. Sentirse
amado por una mujer. Pasear agarrados de la mano por las calles de su
ciudad, sentarse en un banco y observar el atardecer, besarse a todas
horas.
-
¿No puedes dormir? - Daniel se dio la vuelta y vio a Angelique medio
desnuda, apoyada en la puerta. Daniel negó y ella sonrió. - Yo
tampoco.
Angelique
se acercó y también se apoyó en la baranda. Cerró los ojos y
abrió los brazos, dejando que la bata se abriera y que el frío de
la noche se colase por ella. Daniel no podía parar de mirarla.
Conocía su cuerpo casi mejor que el suyo propio. Sabía que en el
muslo derecho tenía una mancha en forma de media luna y que no había
un solo rincón donde no hubiese pecas. Al igual que Daniel,
Angelique estaba cubierta por esos diminutos puntos. Y aunque ella
las odiase, Daniel pensaba que la hacían muy hermosa.
-
Me gustaría poder volar - dijo Angelique. Abrió los ojos y miró a
Danny. - ¿A ti no?
-
¿Para qué?
-
Para salir de aquí - Daniel no la entendía. - Viajar por todo el
mundo. Francia, España, Alemania... ¡Italia!
-
¿Quieres ir a Italia? - ella asintió con una gran sonrisa. -
Entonces yo te llevaré allí.
-
¿Cómo? - preguntó ella riendo. - No podemos salir de aquí.
-
Volando - dijo Daniel con una sonrisa partida.
Abrió
los brazos como había hecho Angelique e imitó a un pájaro.
Brincaba y corría por toda la terraza. Angelique no podía parar de
reír. De repente, Daniel se paró delante de ella y le mostró su
espalda.
-
¿Me permite llevarla a Italia? - Angelique asintió y se subió a su
espalda. - ¡Allá vamos!
Estuvieron
horas corriendo y saltando por la terraza. Daniel iba narrando los
lugares que iban visitando y ella gritaba y reía mientras se
agarraba fuerte a su espalda. Cuando empezó a amanecer, se sentaron
apoyándose en la pared de la casa.
-
Es precioso - dijo Angelique sin dejar de mirar el amanecer.
-
No tanto como tú - se le escapó a Daniel, pero no se arrepintió.
-
¿Te parezco bonita? - Daniel asintió y ella se acercó para darle
un beso.
-
Eres la chica más hermosa de Londres - Angelique sonrió y le dio
otro beso.
-
¿Solo de Londres? - los dos sonrieron a la vez.
-
De todo el mundo - a Angelique le brillaban los ojos. Parecía estar
a punto de llorar.- ¿Qué ocurre?
-
Mary no va a permitir esto - dijo señalando a ambos.
-
Te amo, Angelique - dijo mientras le cogía una mano. - Te amo desde
el día que entré aquí.
-
Pero Mary... - Daniel no la dejó continuar.
-
Mary no lo sabrá - dijo Daniel con una sonrisa llena de esperanza. -
Dime que me amas.
-
Te amo, Daniel - respondió Angelique.
-
Dime que un día te vendrás conmigo a Italia y viviremos tú y yo,
solos. Sin Mary ni nadie.
-
Lo haré - se volvieron a besar. Una y otra vez hasta que Angelique
bostezó. - Deberíamos dormir un poco antes de que el resto se
despierte.
Se
levantaron y antes de volver a entrar en la casa, se dieron un último
beso. Se tumbaron en sus camas y durmieron hasta que Mary les llamó
para el desayuno.
Angelique
y Daniel continuaron viéndose a escondidas hasta que ella cumplió
veinticinco y él veintidós. Muy pocas chicas conocían su secreto.
Mary se había convertido en una vieja que casi no veía, por lo que
no se enteraba de lo que pasaba a su alrededor. Daniel había
empezado a quitarle dinero a su tía para poder irse de aquella casa
con Angelique. Pero no era tan fácil. Mary era muy lista, por lo que
contrató a un ayudante que vigilaba a las chicas. Desde que perdió
parte de su visión, se había vuelto más intolerante y cruel. Cada
vez que un cliente salía insatisfecho o una de las chicas hacía
algo que le disgustaba, mandaba a su ayudante y, durante horas, las
pegaba y humillaba. "Paradise" se había convertido en un
infierno. Apenas iban clientes. Ni siquiera querían a Daniel. Al
estar enamorado de Angelique, había descuidado sus servicios. Estaba
más pendiente de ella que de satisfacer a las personas que pagaban
para verle. Y eso enfadaba a Mary. Intuía que algo no iba bien, así
que tapó las ventanas y por las noches, encerraba a las
chicas; nadie podía salir de la casa.
Un
día, mientras Angelique estaba con uno de sus clientes, Daniel entró
corriendo y le dijo que tenían que irse. Mary había descubierto lo
suyo y corrían peligro. Tenían que huir. Subieron a su cuarto y
recogieron sus cosas. Daniel sacó de su escondrijo el dinero que le
había robado a Mary y, mientras apremiaba a Angelique para que se
diese prisa, alguien tiró abajo la puerta.
-
¡¿A dónde creéis que vais?! - Mary y su ayudante habían entrado
en el cuarto y se acercaban amenazantes a ellos.
-
Mary, por favor - suplicó Angelique.
-
Os he cuidado como a dos hijos. ¿Así me lo agradecéis? - agitaba
las manos y daba golpes a todo lo que se le ponía delante.
Muchas
de las chicas se asomaron al cuarto para ver qué pasaba, pero
ninguna se atrevía a decir nada. Mary seguía gritando y maldiciendo
a los enamorados. Angelique estaba muerta de miedo y Daniel no sabía
qué hacer. Poco a poco fueron retrocediendo hasta que dieron con la
puerta de la terraza. Salieron y miraron por todas partes, pero no
había más puertas ni ventanas por donde pudieran escapar.
-
Juro que me las vais a pagar - Mary cada vez estaba más cerca.
Los
cuerpos de los jóvenes toparon con la barandilla. Se miraron y
después miraron hacia la calle. De repente, Angelique soltó las
cosas y sin que nadie se lo esperase, se subió a la barandilla,
apoyándose en una de las columnas. Daniel la miró horrorizado, pero
no tardó en imitarla. Sabían que si bajaban de allí, recibirían
golpes hasta, muy posiblemente, la muerte. Y ninguno de los dos
quería ese final.
-
Vuela, Angelique - susurró Daniel mientras se daba la vuelta mirando
hacia la calle. - Pronto estaremos en Italia.
-
Te amo, Daniel - Angelique miró una última vez a su amado y después
cerró los ojos.
Se
agarraron de la mano y, justo antes de que Mary pudiera cogerles,
saltaron. Todas las chicas salieron a la terraza y se asomaron para
ver si habían conseguido sobrevivir a la caída. Ninguno de los dos
se movió.
Unos
días después, la policía cerró la casa y todos los que pudieron,
volvieron a sus hogares. Mary acabó en una residencia, donde
finalmente murió. Las chicas que conocían el secreto de Daniel y
Angelique, dicen que por fin pueden pasear tranquilamente cogidos de
la mano por las calles de alguna ciudad italiana. Otros dicen que si
te asomas a lo que antes fue "Paradise", puedes ver sus
fantasmas. Pero lo que sí es cierto, es que por fin están juntos.
Por fin pueden amarse sin tener que esconderse, en su propio paraíso.
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